(Imagen: Kiki Smith)
Inadecuadas, rotundas, como si el (des)amparo del lenguaje fuera un don, cada una de las
poetas de esta muestra otorga a las cosas del mundo su lugar de privilegio: la infancia, la
muerte, el ensimismamiento, la rebeldía, el amor, la ciudad, el exilio, la maternidad, el
cuerpo, la desgracia, los objetos de la casa, el peligro. Las palabras siendo enunciadas
como por primera vez, todas las palabras para decir la verdad no es unívoca, el mundo es
una opacidad y algo magnífico. Plenas de silencios, de pausas, de confrontaciones, las
autoras hablan con perplejidad y con espanto, pero, al mismo tiempo, imperiosas,
inmensas, invencibles. Como si armadas de escritura esperaran la llegada de la claridad.
La claridad que viene con el miedo, de todo aquello que hace del poema un acto siempre
en el margen, una subversión desde cualquier orilla.
Es por eso que he reunido a estas poetas aquí. Libre y arbitrariamente. Porque en ellas me
parece haber visto rebeliones conocidas, dudas, hallazgos semejantes. Porque, además, en
su multiplicidad de rasgos y matices, de inquietudes y diferencias, creí reconocer en ellas
la estirpe de las ávidas, las reivindicadoras, y bajo esa premisa y detonante las convoqué.
Me interesaba, también, abrir puertas, tender hilos entre las voces femeninas actuales de
los países cuya lengua oficial, y la más hablada, fuera el español. Esto sin descartar, en un
segundo intento, con mayores referencias y mejor conocimiento de sus literaturas, la
exploración de territorios como Belice, Guinea Ecuatorial, Sáhara Occidental, Andorra y
Gibraltar.
Como era de esperarse, este cuerpo escritural ha quedado necesariamente inacabado. Y,
sin embargo, ofrece también su completud: la feliz clarividencia de lo aún desconocido.
Daniela Camacho
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