"El vendedor picaba el bloque de hielo azul" (...) "El bloque helado estaba hecho de pescuezos, alas, patas y cabezas de gallina. Previamente se había metido en agua para congelarlo" (...) "Al sol, la sangre rojiazul comenzaba a chorrear. Eran gotas rojiazules como lluvia".(...) "También pasaban niños. Llevaban sus pedazos de hielo con las dos manos. Las gotas calaban en su ropa".
Tajos limpios los de Herta Müller en la memoria de las palabras extrañadas. Tajar en vilo, en alto. En la corporeidad del corte, escriturar las demoliciones de la vida cegada, la lengua doble, la edad, la carne muerta, helada. Abolición del tiempo material, de la garganta humana que pronuncia y pesa.
"Al llegar a Alemania (desde Rumanía), experimenté por primera vez una especie de indiferencia. La distancia geográfica entre los dos países no puede ser, pensé. No puede invadirte así, como si una nube hubiera envuelto tu cabeza de golpe. La añoranza, cuyo término alemán se corresponde literalmente con "dolor por la patria" (heimweh), es algo que odio, me niego a llamar al dolor así. (...) "Pensar en el pasado me parecía doloroso muchas veces. Por más que supiera que me había marchado por mi propio deseo. Ahora bien, que significa eso cuando el motivo para el propio deseo es la amenaza de otros. Acorralada por la Securitate (policía política rumana), al final fui yo quien quiso marcharse lejos"
Lengua madre (alemán) vs Lengua madrastra (rumano). Cruce y desconexión del pensamiento. Doble extrañamiento en el viaje de huida de la lengua y el cuerpo. Persecución, hambre, vaciamiento, temblor-silencio en el terreno yermo. La palabra exiliada, sin embargo, aún es capaz de alentar, (c)alentar la superficie del bloque con el picotazo de la lucidez para deshacer el alimento, articular el sonido: sondear.
Herta Müller, en "Hambre y Seda" (El ojo del Tiempo Siruela, 2011) recoge los fragmentos de vidas -propia y ajenas- con la fragilidad de la voz que se encarama al fondo de las palabras, en la exigüa frontera del pensamiento que siente la penuria y se rebela contra el lenguaje súbdito del poder que ha desquiciado todas las señales.
"Y allí donde una vez, y después una tras otra, se rozaron hambre y seda, donde la realidad de todo un país se vió concentrada en unos pocos metros cuadrados y, en la aberración, desbordó los límites de una imagen, allí permanece el miedo. Cerril y pertinaz, rítmico como el sonido de un segundo corazón en las rodillas, acompaña los pasos".
Asomada al balcón sin fondo de la Utopía, la autora de este libro radicalmente memorial y frágil da cuenta del daño arrasador provocado por la "normalidad" delirante de las palabras como "tienda", "calle", "peluquero", cuando ya el lenguaje del poder asfixiante -vacío de detalles- ha sumido al tiempo en hielo y la carne en despojo.
Pepe Maiques
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