Digestión es inmanencia. La cosmología de los alimentos cocinados

          
        He aquí el comienzo de cuándo se celebró consejo acerca del hombre, de cuándo se buscó lo que entraría en la carne del hombre. Los llamados Procreadores, Engendradores, Constructores, Formadores, Dominadores poderosos del Cielo hablaron así: “Ya el alba se esparce, la construcción se acaba. He aquí que se vuelve visible el sostén, el nutridor, el hijo del alba, el engendrado del alba. He aquí que se ve al hombre, a la humanidad, en la superficie de la tierra”, así dijeron. Se congregaron, llegaron, vinieron a celebrar consejo en las tinieblas, en la noche. Entonces aquí buscaron, discutieron, meditaron, deliberaron. Así vinieron, a celebrar Consejo sobre la aparición del alba: consiguieron, encontraron, lo que debía entrar en la carne del hombre.
En Casas sobre Piramides, en Mansión de los Peces, así llamadas, nacían mazorcas amarillas, las mazorcas blancas. He aquí los nombres de los animales que trajeron el alimento: Zorro, Coyote, Cotorra, Cuervo; los cuatro animales anunciadores de la noticia de las mazorcas amarillas, de las mazorcas blancas nacidas en Casas sobre Pirámides, y del camino de Casas sobre Pirámides. He aquí que se conseguía al fin la sustancia que debía entrar en la carne del hombre construido, del hombre formado: esto fue su sangre: esto se volvió la sangre del hombre, esta mazorca entró en fin en el hombre.
Se regocijaron, pues, de haber llegado al país excelente, lleno de cosas sabrosas, muchas mazorcas amarillas, mazorcas blancas, mucho cacao, innumerables los zapotillos rojos, las anonas, las frutas, los frijoles Paternoster, los zapotes matasanos, la miel silvestre, plenitud de exquisitos alimentos había en aquella ciudad llamada Casas sobre Pirámides cerca de la Mansión de los Peces. Subsistencias de todas clases, pequeñas subsistencias, grandes subsistencias, pequeñas sementeras, grandes sementeras, de todo esto fue enseñado el camino por los animales. Entonces fueron molidos el maíz amarillo, el maíz blanco, y Antigua Ocultadora hizo nueve bebidas. El alimento se introdujo en la carne, hizo nacer la gordura, la grasa, se volvió la esencia de los brazos, de los músculos del hombre. Así hicieron los Procreadores, los Engendradores, los Dominadores, los Poderosos del Cielo, como se dice. Inmediatamente fue pronunciada la Palabra de Construcción, de Formación de nuestras primeras madres, primeros padres, solamente mazorcas amarillas, mazorcas blancas, entró en su carne: única alimentación de las piernas, de los brazos del hombre. Tales fueron nuestros primeros padres, tales fueron los cuatro hombres construidos: ese único alimento entró en su carne.
          [Popol Vuh]



No cabe duda de que todos los países del mundo han buscado la armonía de colores entre los manjares, la vajilla e incluso las paredes; en cualquier caso, si la cocina japonesa se sirve en un lugar demasiado iluminado, en una vajilla predominantemente blanca, pierde la mitad de su atractivo. Observemos por ejemplo el color de la sopa roja de miso que consumimos todas las mañanas y comprenderemos fácilmente que haya sido inventada en las sombrías casas de antaño. Un día en que me habían invitado a una reunión de té, me ofrecieron miso y al ver a la luz difusa de las velas aquella sopa cenagosa, color de arcilla que siempre había tomado sin prestar atención, estancada en el fondo del cuenco de laca negra, descubrí de repente que tenía una profundidad real y un tono de lo más apetitoso.
También el shòyu, esa salsa viscosa y reluciente, sobre todo si se usa esa variedad espesa que se llama tamari, como se hace en la región de Kyoto para condimentar el pescado crudo, las legumbres confitadas o hervidas, gana mucho visto en la sombra formando con la oscuridad una armonía perfecta. Por otra parte el miso blanco, el tofu, el kamaboko, la harina de patata, los pescados blancos, en fin, todos los alimentos blancos, no pueden quedar realzados si se ilumina su entorno. Para empezar, el arroz, sólo con verlo presentado en una caja de laca negra y brillante colocada en un rincón oscuro, se satisface nuestro sentido estético y a la vez se estimula nuestro apetito. No hay ningún japonés que al ver ese arroz inmaculado, cocido en su punto, amontonado en una caja negra, que en cuanto se levanta la tapa emite un cálido vapor y en el que cada grano brilla como una perla, no capte su insustituible generosidad. Llegado a este punto, se da uno cuenta de que nuestra cocina armoniza con la sombra, de que entre ella y la oscuridad existen lazos indestructibles.
      [Junichiro Tanikazi, Elogio de la sombra]



En nombre de nada, era hora de comer. En nombre de nadie, estaba bien. Sin ningún sueño. Y nosotros poco a poco, a la par del día, poco a poco anonimizados, creciendo, más grandes, a la altura de la vida posible. Entonces, como hidalgos campesinos, aceptamos la mesa.
No había holocausto: todo aquello quería ser comido como nosotros queríamos comerlo. No guardando nada para el día siguiente, allí mismo ofrecí lo que sentía a aquello que me hacía sentir. Era un vivir que no había pagado de antemano con el sufrimiento de la espera, hambre que nace cuando la boca ya está cerca de la comida. Porque ahora teníamos hambre, hambre entera que abrigaba el todo y las migajas. Quien bebía vino, con los ojos se encargaba de la leche. Quien lento bebió la leche, sintió el vino que el otro bebía. Allá afuera Dios en las acacias. Que existían. Comíamos. Como quien da agua al caballo. La carne trinchada fue distribuida. La cordialidad era ruda y rural. Nadie habló mal de nadie porque nadie habló bien de nadie. Era una reunión de cosecha, y se hizo tregua. Como una horda de seres vivos, cubríamos gradualmente la tierra. Ocupados como quien labra la existencia, y planta, y recoge, y mata, y vive, y muere, y come. Comí con la honestidad de quien no engaña a lo que come: comí aquella comida y no su nombre. Nunca Dios fue tan tomado por lo que Él es. La comida decía ruda, feliz, austera: come, come y reparte. Todo aquello me pertenecía, aquella era la mesa de mi padre. Comí sin ternura, comí sin la pasión de la piedad. Y sin ofrecerme a la esperanza. Comí sin nostalgia alguna. Y yo bien valía aquella comida. Porque no siempre puedo ser el guardián de mi hermano, y ya no puedo ser mi guardián, ah, ya no me quiero. Y no quiero formar la vida, porque la existencia ya existe. Existe como un suelo donde todos nosotros avanzamos. Sin una palabra de amor. Sin una palabra. Pero tu placer entiende al mío. Somos fuertes y comemos. Pan y amor entre desconocidos.
         [Clarice Lispector, El reparto de los panes]

Imágenes: Björn Sterri, Masao Yamamoto, Graciela Iturbide

12 comentarios:

  1. Me ha encantado volver a leer estos textos que ya conocía y que se trenzan aquí con una resonancia nueva: de la cosmogonía del Popol Vuh a la estética japonesa y la singular comunión del cuento de Clarice, es un itinerario que puede entenderse como un pequeño viaje desde la metafísica a la ética pasando por la estética: un verdadero viaje hacia la inmanencia, hacia el poso o sedimentación que en nosotros deja primero el alimento, lo que tomamos del mundo y entregamos, y también lo que pensamos o creemos ser en esa dialéctica del ofrecimiento y la pérdida...

    El delicioso relato cosmogónico maya me recuerda un poco a los mitos primordiales posvédicos de algunas Upanishads:

    "Al principio esto era sólo el único atman. Ninguna otra cosa pestañeaba. Pensó para sí: "Emita yo los mundos".

    Emitió estos mundos: las aguas [superiores], los rayos, la muerte, las aguas [inferiores]. El agua está por encima del firmamento; el firmamento es su base. Los rayos son el mundo intermedio. La muerte es la tierra. Las aguas son las que están debajo.

    El atman pensó para sí: "He aquí estos mundos. Emita yo los guardianes de los mundos". De las aguas extrajo un purusa [amorfo] y le dio forma.

    Lo incubó. Una vez incubado abrió la boca, como [se abre] un huevo; de la boca emergió el habla; del habla, el fuego. Se abrieron las fosas nasales; de las fosas nasales emergió el aire vital; del aire vital, el viento (vayu). Se abrieron los ojos; de los ojos emergió la vista; de la vista, el sol (aditya). Se abrieron las orejas; de las orejas, emergió el oído; del oído, las regiones del espacio (dis). Se abrió la piel; de la piel emergieron los cabellos; de los cabellos, las plantas y los árboles. Se abrió el corazón; del corazón emergió la mente; de la mente, la luna. Se abrió el ombligo; del ombligo emergió el aire de la espiración (apana); del aire de la espiración emergió la muerte. Se abrió el órgano viril; del órgano viril emergió el semen; del semen, el agua.

    Estas divinidades, una vez creadas, se precipitaron en el gran océano. Él (el atman) lo sometió (al purusa) al hambre y la sed. Le dijeron las divinidades: "Encuéntranos una morada donde nos podamos asentar y tomar alimento".

    Les trajo un toro. Dijeron: "Este toro no nos basta". Les trajo un caballo. Dijeron: "Este caballo no nos basta".

    Les trajo una persona (purusa). Dijeron: "¡Qué cosa tan bien hecha! La persona es, en verdad, algo bien hecho". Les dijo: "Entrad, cada una, en vuestras moradas respectivas".

    El fuego, transformado en habla, entró en la boca. El viento, transformado en el aire de la respiración (prana), entró en la fosas nasales. El sol, transformado en vista, entró en los ojos. Las regiones del espacio, transformadas en oído, entraron en las orejas. Las plantas y los árboles, transformados en cabellos, entraron en la piel. La luna, transformada en mente, entró en el corazón."

    Aitareya Upanishad

    (continúa)

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  2. Y el fragmento del librito de Tanizaki, la búsqueda de la sombra, el alimento en alianza con la sombra, me remite a este fragmento de Marco Aurelio:

    "Conviene también estar a la expectativa de hechos como éstos, que incluso las modificaciones accesorias de las cosas naturales tienen algún encanto y atractivo. Así, por ejemplo, un trozo de pan al cocerse se agrieta en ciertas partes; esas grietas que así se forman y que, en cierto modo, son contrarias a la promesa del arte del panadero, son, en cierto modo, adecuadas, y excitan singularmente el apetito. Asimismo, los higos, cuando están muy maduros, se entreabren. Y en las aceitunas que quedan maduras en los árboles, su misma proximidad a la podredumbre añade al fruto una belleza singular. Igualmente las espigas que se inclinan hacia abajo, la melena del león y la espuma que brota de la boca de los jabalíes y muchas otras cosas, examinadas en particular, están lejos de ser bellas; y, sin embargo, al ser consecuencia de ciertos procesos naturales, cobran un aspecto bello y son atractivas."

    Me gustaría poder decir algo más de esta entrada tan bien condimentada y apetitosa (ñam), pero mi perezosa mente no da para más...

    Aún así, paladeo, y degusto, y pienso en esa sopa de miso como inspiración para el día de hoy...

    un abrazo!

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    2. Querido Stalker:
      La relación de la digestión con las distintas ramas de la filosofía: ontología, estética, ética… Podríamos bien construir una filosofía en torno al proceso de alimentación y sería una filosofía que nunca habría dejado a un lado al mito, sus conceptos habrían sido muñecos de jengibre. Aunque creo que no es demasiado tarde: podemos volver a la filosofía como si fueran alimentos, el concepto de “ente” sería el aceite, la problemática del ser sería las especies molidas, y muy posiblemente la “nada” sería la miel. Cada comida filosófica sería un ciclo de renovación pero también un nuevo horizonte de hambre.

      El estómago, como acabé comentando en la anterior entrada, es un órgano de lectura, un eje desde el que pensar involucrando en ese pensamiento la mortalidad, la consecuencia y por supuesto, parte esencial del pensamiento, la tontería. Se ha citado en otros comentarios de otras entradas a Ubú, que es un gran estómago, un pensador del estómago. El teatro es estomacal y quizá por eso me siento últimamente tan atraída por este “género literario”. Viendo el Café Muller de Pina Baush tengo dos estómagos que se encogen, se pliegan entre sí y se tocan. Pienso en la “verdad” pero como ese estómago plegado.

      Cuando hacía esta entrada, pensaba también en rostros, rostros desnudos que miran fijamente a la cámara, con dolor, con pecas, con impurezas, con ojos tan claros como oscuros, con narices desviadas, con reconocimiento y sin otro lado, jamás el otro lado, desequilibrio de la balanza. Pensé en incluir una imagen del fotógrafo Christopher Ray Pérez. O la película de Juana de Arco de Dreyer. Estómago y rostro desnudo, como Lispector. La fotografía autorretrato de Graciela Iturbide es sal y harina en los ojos.

      Pero estoy empezando a desviarme, mi apetito es el desvío. Gracias por los textos que traes que suman digestiones a mi digestión.

      Otro abrazo y un pan compartido.

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  3. ¿Hacemos un experimento? ¿Un antibiograma? ¿Hacemos resonar las frecuencias del Popol Vuh con algunas diseminaciones del agente Burroughs?

    "Los códices mayas son, sin duda, libros sobre los difuntos, esto es, indicaciones para viajar en el tiempo. Si creéis en la reencarnación, entonces surge el interrogante: ¿de qué modo nos adaptamos a las vidas futuras?"

    "La muerte debe traer consigo, en cierto modo, mala memoria. Pensad en los mayas, que vivían aislados en una pequeña superficie; un conocimiento excesivo de la muerte podría eliminar el componente esencial para el olvido."

    "Pensad en la estructura social: un reducido porcentaje de los sacerdotes que sabían leer los libros y efectuaban cálculos sobre el calendario, y un porcentaje importante de trabajadores analfabetos. Los trabajadores debieron servir de pozo, en el que los sacerdotes se podían reencarnar a sí mismos y reaparecer en la casta sacerdotal, identificada por determinados símbolos según el sistema tibetano."

    "Los trabajadores no sabían leer los libros y, sin lugar a dudas, se evitaba que aprendieran. Si hubieran sabido leer los libros, habrían aprendido a recordar, a familiarizarse con la muerte y a identificarse con ella. Esto habría transmitido la inmunidad. La muerte es un virus y los libros mayas son una vacuna. La muerte es representada en los códices con una mancha de descomposición mediante un conjunto de sombras en figuras de esqueletos. En resumen, esto es el gradiente de exposición."

    "¿Por qué el Control necesita a los humanos?
    El Control necesita tiempo. El Control necesita el tiempo humano. El Control necesita que cagues, mees, te quejes de dolor, tengas un orgasmo, mueras. Así pues, ¿qué es lo que el Control piensa hacer con esta mercancía que será tan acertado? Lo mismo que los sacerdotes mayas, que pensaron usar el tiempo humano para generar más tiempo."

    "El tiempo es lo que se acaba. La única forma de salir del tiempo es adentrarnos en el espacio. ¿Por qué los sacerdotes mayas necesitaban los cuerpos humanos y el tiempo humano? Esperad. Necesitaban estos cuerpos y este tiempo como campo de aterrizaje y como plataforma de lanzamiento al espacio. Necesitaban un maíz real y un dios del maíz humano."

    (Prólogo de "Ah Puch está aquí")

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    1. Gracias por traer el juego de Burroughs –y cuando digo “juego” no me refiero ni mucho menos a algo que no merezca consideración, todo lo contrario, el juego es el sueño del sueño, encajado entre las líneas de escritura.

      La digestión es la manera en la que cada día a día nos reencarnamos, nos rehacemos, por ello es fácil establecer una relación entre la eternidad y sentarse a comer. Para los mayas el tiempo es cíclico, tiempo de reencarnaciones y regreso, porque su concepción del hombre es el hombre alimentándose. La manera más veraz de decirle al hombre “no vas a morir” es poniendo la mesa para él, llenando su plato de patatas y carne, cortando el pan, servirle cerveza. Y sin embargo, yo he relacionado hace un momento, en mi comentario a Stalker, el pensamiento estomacal con el pensamiento de la mortalidad. Porque ponerle la mesa a un hombre es decirle “no morirás” pero comer en soledad, poner tu propia mesa, cortar tu pan, preparar tu carne y cubrirla con especies y patatas, es escuchar “muero, me mantengo y muero”, porque es la narración del mito pero también el mito del mito, extiende la mano, dispón y toma lo que tú mismo dispusiste, morimos y es sabor. Eliminemos a los que sirven la mesa –los que sirven la mesa pero que en verdad son servidos por nosotros- y seamos nuestros propios criados para poder descifrar cada símbolo de tal forma que cada símbolo no sea símbolo sino cosa, cosa señalada y tocada, carne que cociné y uní a mí.

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    2. Más bien concibo la digestión como un tipo específico de la idea general de metamorfosis. Me explico, por un lado interviene el flujo de alimentos que se incorpora –con sus connotaciones estrictamente corpóreas, hace cuerpo– a la forma del conjunto y compensa su desgaste. Por otro, este flujo no se incorpora totalmente a la forma que mantiene y produce otro flujo residual, que a su vez será incorporado a la cadena trófica (el abono...) Hay pues una transformación continua del flujo alimentario y una incorporación a distintas organizaciones formales, que pueden ser biológicas o no. Pensemos en el desgaste, la combustión, solar y sus radiaciones como nutrientes en la fotosíntesis. Vemos que estas cadenas de transformaciones mezclan la vida y la muerte en una dialéctica necesaria para el desarrollo, conservación y disolución de las formas. La muerte viene de la vida y la vida de la muerte. Una digestión cósmica y transmundana. Digestión porque hay algo que mantener, un orden -o una forma- al que se incorporan los nutrientes y su exceso residual que entrará en otros cuerpos formando ciclos de amplitudes indeterminadas.

      Claro que, en referencia a las ideas de Burroughs, se piensa (o se quiere desvelar) un momento concreto de la digestión cósmica. A saber, el momento de intervención de la cultura maya, a fin de cuentas tan similar a la nuestra, y su trama de poder. Hay que entender que el espacio del prólogo de Burroughs es el orden secreto inmutable, fuera del espacio-tiempo, la eterna inteligencia; y el tiempo es el desgaste; pero también su potencial de existencia. Nos viene a decir que los sacerdotes controlaban ese mundo fuera del mundo para volver al mundo, los intercambios -por decirlo así- de la interzona. Conocían el secreto de la muerte. En el espacio nada deviene pero las determinaciones del tiempo vienen del espacio (en el sentido comentado antes). Entonces, esa minoría de hombres, y de intervenciones sagradas en la digestión cósmica, necesitaban un stock de moribundos (residuales en cierto modo, también nutrientes) en los que materializar su control del tiempo y, en consecuencia, de la vida y de la muerte. Por supuesto, si seguimos a Burroughs, esta trama se prolonga con variaciones cosméticas hasta nuestros días, esa guerra bactereológica inmemorial: el Control.

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  4. Esta entrada es realmente exquisita, condimentada generosamente por los textos que trae Stalker. Todo es banquete. Regocijo en los sentidos. Retornar a esa identidad sagrada del cuerpo que se forma y respira como las mazorcas, el arroz o los higos. La creación del alimento que Crea, el Tecualo...el retorno de la comida a la raíz sagrada.Las palabras del Popol- Vuh discurren en los ojos y en la boca, van germinando en la saliva y florecen voluptuosas con ese ritmo de acontecer divino en la amada tierra que nos acoge. Hace perfecta polifonía con el texto de los Upanishads. Todo es delicia que crece en la sombra.
    Agradeciendo por el alimento, mi mente,mucho más perezosa que la de Stalker,
    se queda suspendida de las acacias de Clarice...

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    1. Ana, mi tocaya, comer y sentir pereza es lo que habitualmente llamamos siesta. Una de mis horas favoritas para escuchar música es después de comer, en la hora de la siesta. Con el sopor y el calor en el vientre, me tumbo en la cama y dejo que empiece Brahms o Monteverdi, y si he comido mucho paso a Cecil Taylor o a Ornette Coleman. En esa pereza, en ese estómago que me impulsa a la horizontalidad, la música aprovecha para encajarse con blandura pero arraigo. A veces, en pleno mandrigal de Monteverdi, acabo durmiéndome, dejo de escuchar el disco, o al menos en la conciencia he dejado de escucharlo, porque en algún sitio, mientras mi estómago digería el almuerzo, mientras yo dormía, la música se iba depositando en algún lugar, haciendo espacio, refugio, memoria secreta y a la espera.

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  5. La falta nació como una pequeña hoja, húmeda por un albor inusitado, enfebrecido por un terruño mordido y apaleado, regado por el sudor y la sangre. La construcción, es decir, la consumación. Los apelativos sustanciales son la armonía, agazapar especias es mostrar la distancia, desnudar, recrudecer como puede el tamari” el sukiyaki” o como podría revelarse en india la falta, en una sensual danza. La cualidad inmanente, nos hace, somos aquello que comemos.

    ana, también agradezco estos alimentos y los comentarios suscitados, amante como soy de la gastronomía hindú, de la nube de olores que envuelve a quien concita, cuando vivíamos allá en Inglaterra mis padres habían comido muchas veces en hogares hindús, o trabajado en chipriotas además de italianos y algo de esa música perdura en los muebles de cocina.
    salud.

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    1. El contacto con la alteridad a través del alimento. Comer la comida de los otros es hacerse otro -no rechazar al alimento desconocido, tender el cuenco. En un caso extremo podríamos recordar a las tribus caribeñas. La antropofagia de la que hablaba Oswald de Andrade y que era alteridad, unión -se come al extranjero, nunca al miembro de la tribu. Yo también disfruto siempre que puedo de la comida india, y en sus salsas toco el núcleo de su politeísmo, el cilantro y el origen. Este verano estuve en Londres y no probé las fish and chips pero sí pasé por varios restaurante indios que dejaron su pensamiento en mi vientre. Hace años estuve en Nápoles y allí supe lo que era el tomate, su claridad y fuerza.

      A veces pienso, con calidez y amor, con broma y confesión, que si esto de la tesis doctoral o de las oposiciones, actividad "prácticas" en las que actualmente estoy ocupada, no salen bien, abriré un bar con mesas de madera y serviré guacamole, salmorejo, humus, crema de pepino con yogurt, berenjenas asadas, todo hecho por mi misma y con palabras que señalan y afirman. Los textos.

      Un abrazo, cc Rider, gracias por los alimentos dejados sobre esta mesa.

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    2. Mira, se me ha ocurrido hasta un nombre para mi bar de mesas de madera: "Bar Kokoro" jeje

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Sobre este blog

Este es el pequeño álbum de recortes de la Revista Kokoro, dirigida y editada por Laia López Manrique, Lola Nieto y Antonio Rodríguez [Stalker].