"Exterior
es el límite. Interior, lo ilimitado". Edmond Jabès.
"El niño que está detrás de la cortina,
se convierte él mismo en algo flotante y blanco, en un fantasma". Walter Benjamin.
se convierte él mismo en algo flotante y blanco, en un fantasma". Walter Benjamin.
tela, s.f. Tejido hecho con hilos cruzados entre sí. /Trozo de ese tejido /Asunto o materia de la que hay que hablar o que se presta a comentarios./ Tela, del latín textus, algo tejido. (Diccionarios diversos)
"Una
telita de cebolla sobre la herida ayudará a
cicatrizarla y a calmar el dolor". Remedio casero.
"El
meoyo del ombre es tela de sevoya" (La
fragilidad humana es como la tela de sevoya). Refrán sefardí.
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La diáspora
de los judíos sefardíes españoles y la de su lengua
-el ladino, judeoespañol, sefardí, djudezmo, djudió, djidyó, spanyoliko o
spanyolit o yahudice (en turco) -según sus diferentes acepciones, se consuma con el Decreto de Expulsión promulgado en Granada por
los Reyes Católicos el 31 de marzo de 1492. Más de quinientos años después, en
la post-global primera década del siglo XXI, unos pocos cientos de
miles de hablantes anónimos diseminados por el planeta, desde México a Esmirna,
de Nueva Jersey a Sofía, de Buenos Aires a Damasco continúan utilizando la
forma del español hablada en la península a fines del siglo XV, en un giro impredecible
de supervivencia y legado memorial que atraviesa siglos, continentes, guerras,
persecuciones, historias familiares. Una de ellas es la que nos desvela de
forma sutil y acorazonada Myriam Moscona, poeta mexicana de familia búlgara
sefardí en "Tela de Sevoya", un ejercicio de reparación colectiva e
íntima desgarradura a un tiempo, destejido con la pérdida paulatina de la lengua y
la vida de los antepasados como telón de fondo.
Entre el
sueño y la vigilia, Moscona atraviesa sin ruido el territorio del alejamiento
hasta la casa-refugio del habla íntima de la memoria. Personajes reales,
inventados, muertos que hablan, antepasados vivos, recogen el testigo de un
viaje inverso desde la desintegración hasta el sonido transformado y prójimo.
Pájaro,
páxaro, pasharo, pásharo.
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El hueco sólido
que deja el transtierro, la forma encubierta de las palabras alteradas
confluyen en un paisaje inestable pero denso, en donde la raíz de la lengua
absuelta recoge las huellas por donde pasa y las incoprora en un derruido
"melting pot" cercado, fugitivo.
En la
historia del judeo-español se entrecruzan tiempos y naciones en las que una
comunidad, sin proponerese un programa de resistencia, lo siguió hablando y
transmitiendo a los suyos de forma continua durante quinientos años. "El judeoespañol no nació en la España donde convivieron
árabes, cristianos y judíos durante ocho siglos sino en el momento de su
separación de la península. Fué entonces, en ese exilio, cuando el castellano
del siglo XV que hablaban los judíos tuvo su primer contacto con las lenguas de
las distintas patrias por donde se estableció la comunidad" (...) Con el
tiempo la lengua fue llenándose de expresiones, giros, exclamaciones, gestos
verbales o híbridos de dos o más palabras recogidas de todos aquellos
destinos".
Basculando entre la fijeza y el desplazamiento, el inapreciable valor de la memoria, la condición carnal de su legado -transmisión de soporte y pulsación- logra mantener un hilo de sentido en la dispersión del territorio cuarteado. La materia senti-mental de este viaje, lleva a la autora hasta Sofía, Plovdiv, Estambul, Esmirna o Salónica en un recorrido que completa su biografía de retazos y voces ancestrales y módicas. Padres, abuelas, primos, algún desconocido, algún que otro fantasma, desfilan entre sueños, fotografías dentadas, conversaciones de la chikez (infancia) en la casa familiar, como un leit motiv inserto en el código genético.
(...) "Sabemos en qué momento comenzó su diáspora pero no es fácil detectar todas las formas en las que el ladino ha evolucionado durante los siglos que nos separan desde entonces. Aparece aquí una paradoja de movimiento: su carácter lingüístico del siglo XV (la fijeza) y el proceso evolutivo que durante cinco siglos ha venido registrando (el desplazamiento). El grito viene después".
En esa migración también aparecen escritores que transitan cual fantasmas el texto: Celan, Benjamin, Kafka, Canetti aparecerán acompañando los sueños y las conversaciones con los muertos cercanos, engarzados en el texto tejido a mano por Myriam Moscona. Son
testigos de una desintegración de la palabra: ausente, no dicha, sólo
escrita sobre un entramado de peregrinajes o huidas. Así, "una expresión en ladino habla de "sentir estrechés", es decir angustia. Estrecho, angosto, angst, como la sensación de asfixia que da el miedo."
Distancia de foco, pisapapeles, diario de viaje, molino de viento, la cuarta pared...en esa forma continuada, reiterativa como el fluir del tiempo, Myriam nos adentra -con esos títulos que componen los capítulos circulares del libro- en su andadura personal como rememoración de un destino que no se reconoce como propio si no es espejo de otros que llegaron antes. El habla perdida de esos otros, exiliada, al reencontrarse de nuevo, reanima la propia y proporciona sentido, aunque éste sea frágil, pues "todo lo de aquí, lo fugaz, de manera extraña nos concierne".
"Del otro lado, después de horas y horas de camino, en una loma, tras haber atravesado un inmenso río de agua espesa, me topo de frente con dos sombras alargadas -escribe la autora-. He comenzado otro tiempo del viaje y les tiendo los brazos. Son ellos. llegaron antes y están en este sitio para acogerme y hablar conmigo en la lingua y los biervos de ese país".
Pepe Maiques
De Myriam Moscona, Tela de Sevoya. Barcelona, 2014, Acantilado 290.
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