Si no hay inicio, no hay ser. La repetición
como origen, des-origen de las cosas, da a las cosas el estado natural de
suplemento o sustituto: estás pero no eres. ¿A quién sustituyes? A otros
sustituyentes. ¿Y la felicidad? La felicidad es comprender que puedo estar en
ti y en mí, en todos a la vez, estar, está: que mi voz es neutra, que el
presente es el verbo del fantasma.
(…)
Qué hay dentro de esta cajita?
aunque
no sirve para
dar inicio al mundo
le gusta imaginarlo:
no hizo ruido
el universo cuando el
universo surgió
¿podría ahora estar sucediendo otra vez?
-¿cuántas veces suceden las cosas?-
¿podría ahora estar sucediendo otra vez?
-¿cuántas veces suceden las cosas?-
(…)
El desdoblamiento –y su estética– impregna las obras
de Maillard y de Apichatpong en una dimensión que podríamos considerar de
conjunto.
Además de las divisiones en partes, se produce otro
tipo de duplicación muy particular en la escritura de la autora: un juego de
reelaboraciones por el que fragmentos en prosa de los diarios son versionados
bajo formato poético en los poemarios. Probablemente, el caso más sintomático
es el que acontece entre Husos e Hilos. Libros tándem, Hilos contiene
toda una sección, la más larga, titulada “Poemas-husos” y constituida por 24
poemas que son en realidad versiones poéticas de párrafos de Husos. Las reelaboraciones no sólo sugieren un
desmantelamiento de los géneros literarios, también, proponen entender la
escritura como una malla, un palimpsesto vivo, una urdimbre de permutaciones o
casi repeticiones. Curiosamente, la filmografía de Apichatpong también explora
las reelaboraciones diegéticas. En Sud
Pralad, por ejemplo, se cuenta una pequeña
leyenda acerca de un niño monje que reaparece versionada en Sang
sattawat.
A otro nivel, el desdoblamiento estructural sirve para
entender las dos modalidades que la escritura de Maillard y el cine de
Apichatpong adoptan. En el caso de la escritora, ensayo y creación, filosofía y
poesía son registros que se intercalan para abordar las mismas preocupaciones
desde tonos distintos. De forma análoga, Apichatpong explora el cine de ficción
y el videoarte (del que no me he ocupado aquí) desplegando una serie de
constantes repetidas que a lo largo de su filmografía se replican.
Así pues, no hay duda: la escritura de Chantal
Maillard y el cine de Apichatpong Weerasethakul crecen al calor de
sensibilidades siamesas, como fantasmas también una de otra. Las confluencias
se perciben, incluso, en los caminos de formación de ambos artistas.
Apichatpong fue a Chicago a estudiar cine y luego regresó a Tailandia, donde ha
filmado todas sus películas. Maillard viajó a India para especializarse en
filosofía y estética orientales, pero todos sus libros se ubican dentro de la
literatura española contemporánea. Estas trayectorias cruzadas conllevan que
tanto el cineasta como la escritora ocupen lugares parecidos en sus respectivos
contextos artísticos. Apichatpong para la filmografía tailandesa y Maillard
para la literatura española son animales extraños, extranjeros,
desnaturalizados de su propia tradición. La particularidad de ambas obras
radica en la mezcla, la metáfora de culturas: ni
Occidente ni Oriente, sino lo que hay en medio, lo que las une y separa. Estética,
por tanto, de la re-interpretación de préstamos, la re-presentación (volver a
presentar bajo tus coordenadas) de otras tradiciones: estética fantasma: decir
de otro modo, repetir con diferencias.
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Cuando
era niña hice durante un curso algunas clases de canto coral en un aula de música de plaza Urquinaona.
En el aula había unas mesas viejas de madera, bastante desgastadas, sobre las
cuales los alumnos (que no solo eran niños perdidos como yo, también había
chicos más mayores del conservatorio) hacían garabatos mientras el profesor
hablaba con su habitual tono monótono y sacerdotal. Una de las tardes vi escrita
(o más bien arañada) en mi mesa una misteriosa inscripción que decía “Gilles
Deleuze ha muerto”. En esos años, a mis trece, yo estaba muy lejos de saber quién
era Gilles Deleuze, pero recuerdo que al llegar a casa busqué su nombre en un
diccionario, por curiosidad, y di con el personaje. Gilles Deleuze era-había sido- un
filósofo. Seguramente era la primera vez en la vida que me enfrentaba de forma directa con esa palabra, “filósofo”. Curiosamente, este descubrimiento (¿azaroso?) tuvo
lugar en una clase de canto coral.
***
El
canto coral es una disciplina grave, rígida, que exige la separación y coordinación
de las “cuerdas” y la espera y el respeto de los tiempos de los otros. El canto
coral está basado en el desdoblamiento, en la escucha del otro, en el
despliegue y en la re-unión de cada una de sus diferencias. Logra la armonía a
partir de la disposición distinta de las voces. A partir de la atención hacia su
color diverso y desplazado. En el canto coral, cada voz es independiente y cada
voz está, a su vez, sujeta a las otras de manera necesaria.
***
El
texto de Lola Nieto es coral porque vive y tiene un matiz rojo
encendido ("a chupar un coral vivo se atreve", Sigüenza y Góngora ) y
es coral porque habla, también, la lengua de esa clase de canto. Es un texto
polifónico, que traza líneas de semejanza, de acercamiento, de re-unión, entre
la escritura de Chantal Maillard y el cine de Apichatpong
Weerasethakul, y que además, a la
vez, canta bajito (con líneas de insistencia, subrayado, pedal u ostinato,
o bien en elevaciones-trasposiciones imaginarias, donde se poematizan y recrean
escenas de las películas) su otra voz deslindada. El texto, también, “enreda y
desenreda”, se dice dos veces. En el texto de Lola hay varias cuerdas y pausas,
y el rigor de la respiración escuchante (a su siamés, en su juntura).
Lola atiende a las comisuras-todas las comisuras-, da saltos también donde no
hay pavimento y extiende un yeso líquido, fluido, a través de todas las
palabras, las imágenes y sus silencios.
delicioso texto y presentación... el texto de Lola es un ejemplo radical, lúdico y conmovedor de ensamblado de lenguajes aparentemente divergentes: ensayo analítico y poema, que aúna un sensacional despliegue de referencias textuales e iconográficas... al releerlo tengo la impresión de dos velocidades: rapidez en las ideas, un prodigiosa agilidad mental... y luego, lentitud en la construcción, en la elaboración del "artefacto"... me explico: para mí el texto de Lola, además de un mundo posible, es un juguete, una ocasión para la diversión, para el esparcimiento, para la libertad, para el "aquí" (más allá de su extraordinaria potencia intelectual y todos los engarces y puntos de fuga a los que apunta). Como si el texto hubiera sido pensado mentalmente, y ahí entra la rapidez, y trabajado con las manos, como una artesanía (el reino de la lentitud). Por eso, bajo el torrente mental y la precisión analítica, veo a una niña que juega y disfruta, y quiere hacer participar a los demás de su juego. Percibo una felicidad en el hacer, calor y ternura.
ResponderEliminarRespecto al contenido, la perspectiva comparatista es fecunda, exacta y muy rica. Me gusta especialmente la ruptura del molde etnocéntrico no para quedarse en lo otro, en lo remotamente otro, sino para acercarlo y, sobre todo, para observar y cuidar lo que sucede entre Oriente y Occidente (y ésa esa la palabra clave: "entre", porque el texto de Lola sucede entre el pensamiento y el poema, entre el concepto y la piel, en esa lógica del intersticio y la filosofía de la diferencia). Y esto me parece extraordinario y único en este número de Kokoro (tan rico en contenidos y sensaciones...)
de paso me animo a recomendar las maravillosas películas de Apichatpong Weerasethakul, uno de los pocos cineastas que están inventando el lenguaje cinematográfico del futuro... un cineasta que no parece filmar para hoy, sino para mañana (y por eso hoy es, en buena medida, incompendido), un mañana donde ciertos prejuicios como espectadores (y como lectores, y como seres humanos) habrán quedado definitivamente abolidos... en mi opinión estas películas demuestran una valentía, una clarividencia y un buen hacer que están al alcance de muy pocos y nos sitúan al borde de nuestro "ser", de nuestra convulsión: ese borde que insinúan los poemas que nos rompen, que se rompen con nosotros y nos recomponen de otra manera... Apichatpong es de los pocos que se han atrevido a acercarse a la otra orilla y observar esta otra con mirada compasiva y lentitud animal...
gracias a Lola por ser el ánfora y las manos pequeñas para acariciar estas sedas exquisitas, y a Laia por su preciosa presentación coral